Porque el Café Excelsior, en Vila Real, no es café cualquiera. El Café Excelsior, pese a su anonimato provincial y transmontano, que son dos formas de olvido, es un de los cafés más hermosos, más grandes y decadentes de cuantos el viajero ha visto viajando por Portugal. Y eso que ha visto unos cuantos, especialmente en Lisboa.
Dividido en dos partes, como ordenaban las leyes, una para el café propiamente dicho y otra para la sala de juegos, el Café Excelsior es un local tan antiguo que parece ya un museo de si mismo. De madera todo él (vieja madera bruñida, de tanta usarla y fregarla), con blancas mesas de mármol y ventanales inmensos, todo cuanto hay dentro de él: la cafetera, el reloj, la barra, el escudo del Sport Clube Vila Real, hasta los propios clientes que ahora están mirando el fútbol (en una televisión tan antigua como las fotos que la rodean), parece formar parte del pasado. El mismo largo pasado que transcurre lentamente entre las mesas y que se solidifica y entanca en el salón interior donde se alienan desde hace un siglo los contadores de bolas y las mesas de billar. Cuatro mesas gigantescas, cosidas y recosidas, que comparten el espacio con los baños y un lavabo y con los viejos carteles que advierten a los usuarios: «Não fassa do jogo de bilhar uma prova de força. O bilhar é um jogo de precição e intelegença», «Cada rasgão no panho do bilhar, 150 escudos», «Preço da hora de bilhar, 8 escudos» (debía de ser hace años), etcétera. La verdad es que, más que un café, el Excelsior parece, como pensó el viajero al entrar, un museo de sí mismo.
Julio Llamazares, “Trás-os-Montes (Un viaje portugués)”, Alfaguara, p. 332
ainda hoje não há palavras para o que aconteceu ao Excelsior...um silêncio provocado por quem não quer que se saiba o aconteceu realmente. um clássico desta luta de pobres e ricos. mas que o Excelsior tinha alma..isso realmente tinha. Obrigado. adorei este post
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